En los últimos meses se están
clausurando históricos puntos negros del municipio, fruto de las
reivindicaciones vecinales y feministas. El cierre de subterráneos y la
mejora de la iluminación deben ser sólo el primer paso en la recuperación de la
ciudad para las vecinas y la ciudadanía en general.
Los últimos meses están
trayendo una serie de conquistas sociales en materia urbanística en nuestro
municipio. Durante muchos años, grupos feministas y asociaciones vecinales
vienen reclamando la adecuación de nuestras calles a sus habitantes, y estas
luchas han empezado, por fin, a dar sus frutos. Sin embargo, aún queda mucho
por hacer para que Barakaldo sea una ciudad de sus vecinas y vecinos.
Es posible que el urbanismo
sea una de las materias peor desarrolladas históricamente en Barakaldo. No es
casualidad que en las universidades se pongan como ejemplo de mala praxis
ciudades como Eibar o Barakaldo, que construyeron deprisa y corriendo bloques
de viviendas sin ningún planeamiento aparente, ante la necesidad imperiosa de
dar acogida a sus nuevos habitantes durante el boom industrial. Fruto de esta
urgencia Barakaldo desarrolló barrios sin servicios, y en la mayoría de casos
sin tener en cuenta una perspectiva humana más allá de la solución residencial.
Si a esto le sumamos el desmantelamiento de la industria pesada, y las grandes
infraestructuras de tráfico rodado que atraviesan nuestro municipio, nos
encontramos con un urbanismo que dejó a las habitantes de la ciudad en el
último lugar de sus prioridades.
Esta realidad ha sido la que
ha venido motivando muchas de las reivindicaciones vecinales de Barakaldo. Cada
asociación de vecinas y vecinos señalaba los lugares inseguros de sus barrios,
y no teníamos un solo barrio sin su punto negro. Y aunque esto ha sido así
históricamente, fue el Centro asesor de la Mujer Argitan quien, en 2009, señaló
diez de los Puntos Negros más reseñables de nuestra ciudad, unificando muchas
de aquellas reivindicaciones vecinales y de las asociaciones de mujeres de
Rontegi o Lutxana, bajo una óptica feminista de recuperación del espacio
público. También colectivos como Iretargi han venido actuando desde la acción
directa señalando in-situ los lugares generados por un urbanismo que, como
hemos señalado anteriormente, no ha contado para nada con algo fundamental como
es que la ciudad debe estar hecha para vivir en ella.
El reciente cierre de los
túneles de Burtzeña, la nueva pasarela de Desertu y los pasos en superficie de
Kareaga, no son decisiones políticas, sino consecuencia directa de la
reivindicación vecinal y la lucha feminista. Sin embargo, la erradicación de
estos Puntos Negros no debe ser el fin, sino el principio de un nuevo paradigma
urbanístico.
Esta perspectiva de género
también habla de movilidad, más aún en una ciudad de servicios como la nuestra,
donde lamentablemente la inmensa mayoría de los empleos a jornada parcial en
los grandes centros comerciales del extra-radio son copados por las mujeres, y
que carecemos de soluciones de desplazamiento seguro entre el hogar y el centro
de trabajo, centros de trabajo alejados de la ciudad “viva”.
La accesibilidad es otro de
los puntos que está en boga en los últimos tiempos, también a raíz de
colectivos como CODISFIBA o “Bordillo Aplastao”, y necesariamente la visión
feminista de este aspecto, cuando aún somos las mujeres las que más nos
ocupamos de esa labor invisible no cuantificada del cuidado. Una rampa de 85
centímetros en un paso de cebra en la puerta de un colegio o de un ambulatorio
resulta insuficiente, por muy legal que sea normativamente hablando.
Y finalmente la seguridad. De
hecho, una perspectiva de género en materia urbanística es mucho más que poner
luces a pasos oscuros o pasos de cebra sobre subterráneos lúgubres. Unas calles
seguras no lo son hasta que las personas se sientan seguras, y esto no será así
hasta que la ciudad sea planeada desde un punto de vista vital, planificando
calles para ser habitadas y no sólo para ser usadas para ir de un sitio a otro.
La activista y urbanista Jane Jacobs ya lo señalaba: "Una calle muy
frecuentada tiene posibilidades de ser una calle segura. Una calle poco
concurrida es probablemente una calle insegura (...) Ha de haber siempre ojos que miren a la calle, ojos
pertenecientes a personas que podríamos considerar propietarios naturales de la
calle (...) La seguridad de la calle es mayor, más relajada y con menores
tintes de hostilidad o sospecha precisamente allí donde la gente usa y disfruta
voluntariamente las calles de la ciudad y son menos conscientes, por lo
general, de que están vigilando".
En definitiva, se trata de
crear un Barakaldo vivo en todos sus barrios, donde podamos ver y ser vistas,
oír y ser oídas, sin tener que girarnos al ir al trabajo o al volver a casa.
Hay que recuperar el espacio público.
Ana
Rosa Sánchez y Eder Álvarez, concejales de Irabazi Barakaldo
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